Durante 7 años y medio, James Stockdale fue mantenido como prisionero de guerra en Vietnam⬈. Y se trataba de uno especial: era el oficial de mayor rango que el ejercito vietnamita había capturado, de modo que se le prodigó un trato especialmente doloroso: lo torturaron al menos 20 veces, lo asfixiaron y de esos siete años que pasó en cautiverio, cuatro los pasó en confinamiento solitario y dos de esos cuatro, los sobrevivió encadenado.

Stockdale fue eventualmente liberado y, como es natural, su vida se convirtió en un ejemplo y él en el testamento innegable de que los seres humanos son capaces de sobrevivir aun a las peores tragedias si así se lo proponen. Curiosamente antes de que la guerra de Vietnam comenzara, a James Stockdale le fue obsequiada una copia del Enchiridion de Epicteto, el filósofo estoico, quien fue él mismo un esclavo durante 33 años antes de lograr la libertad y convertirse en uno de los pensadores más respetados de su era. James, más tarde, expresaría que lo que leyó en el Enquiridión, lo ayudó a sobrellevar los momentos más duros de su cautiverio en la prisión de Hanoi Hilton en Vietnam.

En una de las entrevistas a las que Stockdale fue convocado para hablar de su experiencia, explicó que los prisioneros que tenían menos probabilidades de sobrevivir, eran los más optimistas. Siempre esperanzados, los mantenía en pie la ilusión de ser rescatados en fechas que ellos mismos se planteaban: quizá al llegar la navidad, al terminar el año o en alguna otra fecha, que ellos mismos habían concertado.

Pero al ver que la ayuda no llegaba en las fechas imaginadas, se desmoralizaban y la energía les abandonaba, y ese estado de apatía y desesperanza profunda que les sobrevenía hacía aun más complicado enfrentar la vida dura del prisionero de guerra y en consecuencia morían.

Este es un fenómeno que el psiquiatra y neurólogo Viktor Frankl también observó cuando él mismo fue mantenido cautivo en múltiples campos de concentración en la Alemania Nazi. En su libro "El hombre en busca de sentido", Frankl relata como aquellos prisioneros que eran ciegamente optimistas con respecto a su liberación, sucumbían con mayor celeridad cuando las fechas imaginadas de liberación no llegaban. Era como si al terminar el día esperado, les fuera retirado el manto de protección que les brindaba la esperanza de la libertad y quedaran expuestos, desnudos y débiles, listos para derrumbarse ante los horrores cotidianos.

Para Stockdale y Frankl, la lección es clara: la esperanza es un motor poderoso para los seres humanos, pero cuando se erige sobre el optimismo infundado y después se desmorona, los escombros que caen suelen golpear con fuerza magnificada a quien los alimentaba.

Para James Stockdale, la diferencia entre aquellos que sobrevivieron y los que no lo hicieron radicaba en que quienes lo lograron, eran capaces de aceptar su entorno, sus circunstancias y se mantenían determinados a sobrevivir, con la claridad de que aquello terminaría, aun sin saber cuando. Stockdale sabía que el era un prisionero de guerra, que la ayuda no estaba en camino (¿cómo podría saberlo con certeza, si estaba incomunicado?) y que sería capaz de sobrevivir, pero reconocía que hacerlo implicaba adentrarse en un camino tortuoso y prolongado, además de incierto.

Stockdale consiguió sobrevivir porque fue abrumadoramente honesto con respecto a sus circunstancias y al mismo tiempo se armó de una determinación inquebrantable por sobrevivir. Más tarde, esta postura fue bautizada como la Paradoja de Stockdale: la capacidad de aceptar la realidad por dura que sea, mientras con ambición elegimos creer que seremos capaces de trascenderla y llevarla a buen puerto.

Una postura que probablemente heredó de los filósofos estoicos a quienes admiraba, en especial de su dicotomía del control: ¿qué está bajo mi control? mi esfuerzo, ¿qué no está bajo mi control? los resultados de mi esfuerzo, de modo que lo único que nos queda por hacer en medio de la adversidad, es continuar esforzándonos. En parte a eso se refería Winston Churchill cuando dijo: "si estás yendo hacía el infierno, continúa avanzando."

En tanto, 20 años atrás, mientras Viktor Frankl era enviado de un campo de concentración a otro, hasta llegar a Auschwitz en donde su destino inexorable era morir, descubrió otra de las claves que permitía a los seres humanos mantenerse de pie aun en las condiciones más apocalípticas: encontrarle sentido a nuestras adversidades.

Para Viktor Frankl, aquellos que tenían más posibilidades de sobrevivir en los campos de concentración no eran los que tenían mejor salud o quienes eran físicamente más fuertes, sino aquellos que eran capaces de encontrar un sentido a lo que les sucedía. Quienes tenían más posibilidades de sobrevivir, decía, eran aquellos "capaces de retirarse de su terrible entorno a una vida de riqueza interior y libertad espiritual". Frankl creía que el hombre puede prescindir de muchas cosas, pero no de un propósito y sentido por el que valga la pena esforzarse y trascender.

Viktor Frankl, por supuesto, no fue un mero teórico, él observó en si mismo que encontrarle un propósito a su desgracia le ayudaba a sobrevivir. En el hombre en busca del sentido, nos relata como al principio lo encontró al determinarse a reescribir de memoria un escrito sobre tus teorías psicológicas, que había perdido al entrar a los campos de concentración. Pero este no fue el único recurso del que se valió: Frankl recreaba detalladas conversaciones con su esposa Tilly, pues su propósito era reunirse de nuevo con ella (aunque después descubriría que había sido asesinada en otro campo). También solía imaginarse dando conferencias multitudinarias sobre la psicología de los campos de concentración.

En una cultura impulsada por estilos de vida acelerados y por nuestra obsesión con la productividad, parecería que los seres humanos solo somos capaces de encontrar el propósito de nuestra existencia si este está vinculado de alguna manera con el sistema económico. No pocas veces he conversado con amigos que parecen empeñados en encontrar su propósito en una actividad productiva, sea esta empresarial, cultural o artística. Y si bien el ser humano tiene una tendencia natural a crear y a contribuir, solemos confundir productividad con propósito. El sentido de la vida, sin embargo, no se circunscribe sólo a las esferas dictadas por nuestra economía, por el contrario, puede ser encontrado aun en las cosas y expresiones más pequeñas y sutiles de nuestra vida cotidiana y si lo logramos, puede ser enormemente satisfactorio.

Al mismo tiempo, es posible tener múltiples propósitos, de modo que uno puede tener un gran propósito y al mismo tiempo, otros más pequeños. Por ejemplo, mi propósito de hoy es entregar este escrito lo mejor que pueda y si genero ingresos al escribirlo o no, no es relevante en absoluto. Por otro lado, alguna vez me gustaría sembrar un jardín o un huerto, y una vez que lo haga, sin duda, ahí encontraré un propósito más para levantarme los domingos por la mañana o para regresar a casa y regar las plantas aun si he tenido un día complicado.

Encontrar un propósito en la vida no tiene que ver con llegar a lo más alto de la escalera del éxito, en cambio podemos descubrirlo en las actividades cotidianas como regar las plantas, alimentar a las mascotas o preparar una cena para pasar un día agradable en familia. Y de hecho, comprender esto es especialmente importante en aquellos momentos en los que hemos sido privados de la libertad acostumbrada, por ejemplo si nos vemos súbitamente encerrados, si perdimos nuestro trabajo o contraemos alguna enfermedad.

Viktor Frankl encontró que, de hecho, así era en los campos de concentración. Observó que sus compañeros prisioneros que sobrevivían se aferraban a cualquier propósito, desde desear reunirse con sus padres al ser liberados, pedir perdón a quienes habían ofendido y con frecuencia en la fe que surgía de sus creencias (religiosas y personales) y advirtió también, que una vez que un prisionero perdía de vista su propósito, perdía también su fe en el futuro y cuando eso sucedía, en palabras de él, ese hombre "estaba condenado".

Es poco probable que alguno de nosotros enfrentemos situaciones tan perversas como las que sortearon Viktor Frankl y James Stockdale, pero a una escala reducida a cada uno le toca vivir sus dramas particulares. Y en un sentido más amplio, la forma en la que nos recibió el año (o quizá sea más acertado decir: lo que la actividad humana provocó este año) reveló que muchos de nosotros tenemos bases endebles para soportar la adversidad, incluso cuando esta no es especialmente desoladora; reveló que a algunos nos resulta difícil encontrar un sentido y un propósito en la vida, más allá de nuestras esferas de trabajo y de nuestros vínculos sociales, y que dependemos mucho de la esperanza vacua y no de la fortaleza inherente que todos los seres humanos poseemos.

Por otro lado, también resulta esperanzador: si lo que ahora nos ocurre es una muestra de lo que podría ocurrir en el futuro (reconozcamos que nuestras democracias son frágiles, nuestros sistemas económicos lo son aun más y que hemos aplicado una tensión implacable en la naturaleza), ya hemos sido advertidos de que nos conviene desarrollar tres habilidades que podrían ser especialmente importantes para el momento actual y para el futuro:

Ser brutalmente honestos con la situación en la que estamos, ser optimistas con el hecho de que todo pasará aunque no sepamos cuando y a aprender a encontrarle un propósito y un sentido a cualquier adversidad que nos toque enfrentar, pues citando a Friedrich Nietzsche: el que tiene un porque para vivir, puede enfrentarse a todos los cómos.

Por
José M. Reyes