El otro día me levanté de malhumor, un poco irritable, ¿la razón? soy humano y es una situación muy natural para los seres humanos estar de mal humor sin una razón en particular. Fue el escritor, Andrew Solomon, quien en su brillante libro el Atlas de la Depresión escribió que:

a veces la gente se siente triste sin motivo aparente, e incluso quienes se deprimen con frecuencia están en ocasiones de buen humor si el sol brilla más de lo habitual, y todo tiene buen sabor y el mundo está repleto de posibilidades”.

Cuando las personas comenzamos a trabajar en nuestras emociones, casi siempre lo hacemos como quien aborda un problema: hay algo que está mal y necesita ser arreglado. Asumimos que sentirnos tristes, sufrir o padecer de alguna manera es un problema que necesita ser corregido, como si sentir aflicción estuviera mal y experimentar alegría, fuera lo correcto, un indicativo de que somos emocionalmente sanos, de que no venimos a este mundo con defectos de fábrica.

Ese enfoque constituye la base de la salud física: un organismo es sano por naturaleza, si existe una dolencia o enfermedad, entonces debe corregirse: se administran los medicamentos, se sigue el tratamiento prescrito y poco a poco, el organismo recupera la salud perdida. La psicología en occidente heredó este acercamiento. Lo mismo que los Doctores, los Psicólogos tradicionales asumen que experimentar emociones positivas es el equivalente a encontrarnos sanos y que aquellas emociones que nos causan pesar son una especie de síndrome que necesita ser curado. Un problema para el que debemos encontrar una solución.

Una idea intuitiva, pero equivocada. Los seres humanos somos una especie con una gran tendencia a la aflicción y al sufrimiento. Es lo que el Buda enseñó en su primer noble verdad: Dukkha, la verdad del sufrimiento o insatisfacción. Para los budistas, la vida humana está impregnada de infelicidad, el mero hecho de existir causa aflicción, una verdad que se refleja en uno de sus sutras más conocidos:

“Estoy sujeto al envejecimiento, sujeto a la enfermedad, sujeto a la muerte”.

Nacer en el mundo es nacer en un lugar en el que estos factores son la norma. Pero hay algo que vale la pena destacar: Buda no decía que sufrir estuviera mal o fuera una enfermedad, él decía que era una cualidad inherente a la experiencia humana, él decía que era normal.

Una afirmación que parece ser respaldada por los estudios modernos: en la actualidad se calcula que el 30% de la población adulta padece algún tipo de desorden psiquiátrico. La Organización Mundial de la Salud estima que la depresión es actualmente la cuarta enfermedad más grande, más costosa y más debilitante del mundo. En México, el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años (sin considerar a la enorme cantidad de personas que lo intentan sin éxito). Uno de cada cuatro adultos, en algún momento de su vida padecerá adicción a las drogas o al alcohol, y de hecho, sólo en Estados Unidos, se calcula que hay 20 millones de alcohólicos.

Tal como el Psicólogo Steven Hayes concluye:

“El hecho más notable de la existencia humana es lo difícil que es para los seres humanos ser felices.”

Podríamos pensar que esto se debe a que vivimos una vida que no está acorde a nuestros ideales, pero una y otra vez, los seres humanos dejamos claro que podemos sentirnos insatisfechos incluso si cada uno de nuestros deseos son cumplidos. Todos los días -escribe Steven Hayes- un ser humano con todas las ventajas imaginables toma un arma, carga una bala, muerde el cañón y aprieta el gatillo. Todas las mañanas, una persona de negocios exitosa llega a la oficina, cierra la puerta y busca en silencio en el cajón inferior del escritorio para encontrar la botella de ginebra escondida allí.

Muy acertadamente Jim Carrey dijo que todos deberían hacerse ricos y famosos y hacer todo lo que siempre han soñado para poder ver que esa no es la respuesta.

Pero, ¿para qué te digo todo esto? ¿Cuál es el propósito de decirte que la aflicción y el sufrimiento es normal? ¿Para que desistas de tus intentos por ser una persona más satisfecha, plena y estable? ¿Para que te entregues a la pena porque no hay nada que hacer?

En realidad, persigo un objetivo mucho más simple: decirte que sentirse triste, insatisfecho, sin ganas o incluso deprimido por un par de días no está mal, no se trata de una enfermedad, no eres disfuncional, ni tienes algo que deba ser corregido cuanto antes. Por el contrario, que es perfectamente normal, un día cualquiera, despertarse y sentirse malhumorado, que es la norma para un humano, cada tanto, no tener ganas de hablar con nadie y quedarse en el cuarto, tener humores, ser cambiante o sentirse emocionado por algo y un momento después desistir de hacerlo.

Si sentir aflicción e insatisfacción es moneda corriente, ¿cuál es el propósito de huir de estos estados de ánimo cuando se nos presentan? ¿cuál es el es propósito de autoflagelarnos por no poder estar siempre motivados y animados? Y por otro lado, ¿cuál es el propósito de correr detrás de las emociones agradables que indican que somos sanos? ¿para qué ir detrás de ellas armados con toda clase de experiencias estimulantes, alcohol y fármacos para aprisionarlas y no dejarlas escapar?

Sentirse mal no está mal y sentirse bien no está bien. Sólo son los dos espectros naturales de la experiencia humana.

En mi opinión es importante deshacernos de esta idea tan nociva para la salud emocional de las personas, la de que sentirnos bien es lo correcto. Satanizar a las emociones desagradables y glorificar a las que te procuran gozo, ha añadido otra capa de tensión innecesaria a las personas, porque no es posible vivir de esa manera y después de todo, lo anormal sería estar siempre bien. Es como el maestro Budista Jack Kornfield señaló jocosamente: “si siempre puedes encontrar satisfacción justo donde estás, probablemente eres un perro.”

En lugar de querer normalizar sentirse bien, es mejor normalizar la idea de aprender a convivir con cualquier emoción que se nos presente. Es importante normalizar la idea de respetar las emociones que surjan en nosotros, reconocer que están ahí, y que no es necesario evadirlas o escapar de ellas, sino dejarlas estar y observarlas en la medida que nos sea posible. Con el tiempo advertirás que las emociones actúan como mensajeras de alguna situación en tu vida de la que te debes ocupar (de manera inmediata o con cautela), pero otras tantas acudirán a ti porque está ocurriendo un ajuste químico en tu interior, un proceso hormonal sobre el que no tienes injerencia y por lo tanto, no vale la pena hacer nada al respecto.

Aceptar las emociones que surjan en ti, dejarlas estar sin que te arrastren con ellas, trae liberación, no liberación de las emociones desagradables, sino libertad para actuar, para vivir según tus términos y no según las condiciones que te imponen tus emociones.

Por
José M. Reyes