Cuando se trata de manejar nuestras emociones y de cuidar como reaccionamos hay una parábola del Budismo Zen que me gusta mucho, te la quiero contar:

Un Samurai acudió a conocer a un maestro Zen. Cuando estaba frente a él, le preguntó:

- ¿Existen realmente un paraíso y un infierno?

El maestro lo miró a los ojos y dijo:

- ¿Quién eres tú?

- Un samurái, el mejor de todos

- iTú, un samurái! ¡No me hagas reír! ¿Quién te admitiría en su guardia? Tienes aspecto de mendigo.

El samurái se encolerizó tanto que echó mano de su espada, pero el maestro continuó:

- Así que tienes un arma… seguro que no podrás cortarme la cabeza.

El samurái, ciego de furia, levantó la espada. Y en ese instante el maestro observó:

- Aquí se abren las puertas del infierno.

Ante estas palabras, el samurái se detuvo, y comprendiendo la enseñanza del maestro, con calma, envainó la espada y lo reverenció.

- Aquí se abren las puertas del paraíso. -dijo el maestro.

Viktor Frankl en su libro El Hombre en Busca de Sentido explica muy bien el aprendizaje central de esta parábola:

“Entre estímulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder para elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad.”

Es un gran consejo, no hay duda, uno que nos ahorraría una infinidad de problemas si acaso fuéramos capaces de seguirlo, pero la realidad es que muy a menudo no podemos:

Algunas emociones se nos presentan de forma tan abrupta, que somos incapaces de percibir ese pequeño espacio, aun menos tenemos la libertad de aprovecharlo y extenderlo. Esa es una de las razones de porque las personas suelen percibir las emociones como reacciones automáticas a lo que nos sucede: percibimos un estímulo, una amenaza y un segundo después ya estamos envueltos en una discusión, en un conflicto… ¿quién fue capaz de aprovechar ese breve espacio? La mayoría ni siquiera advierte que en primer lugar, hubo uno.

Hay que aprovechar ese espacio entre estímulo y respuesta, hay que contar hasta 10, hay que respirar profundo, hay que hacer una pausa, hay que tomar distancia antes de actuar, se nos aconseja y todo eso suena muy bien, el problema es que nadie nos explica como hacerlo. El problema de los consejos, es que no vienen con los instructivos.

Así que, ¿cómo hacemos para extender ese espacio en el que se determinan las consecuencias de nuestras acciones? Aunque lo tentador sería suponer que la clave está en la mente, en nuestras facultades de autocontrol, en realidad resulta mucho más inteligente trabajar primero en nuestro cuerpo.

Déjame explicarte porque.

Hace unos años, en un viaje en auto que hice con mi esposa, ya entrada la noche, me tocó manejar por unas cumbres muy empinadas y llenas de curvas. La situación ya de por si era peligrosa y estresante, pero lo fue aun más porque antes de entrar a esa carretera había manejado sin detenerme durante 11 horas y habíamos comido sólo un par de bocadillos para avanzar durante el día tanto como nos fuera posible.

Mi plan era justo ese: atravesar las cumbres con la luz del día, pero no lo conseguí. Así que ahí estábamos, cansados, con un poco de hambre, subiendo las curvas empinadas mientras la luz del sol se apagaba lentamente. Y las cosas empezaron a ponerse más inseguras: a medida que la luz se extinguía y la noche llegaba, la neblina comenzó a descender y entre más subíamos por las cumbres, más densa se volvía la niebla. En un momento dado, ya no era posible distinguir nada más que las luces vaporosas de los otros autos y de los trailers que pasaban a nuestro lado zumbando a toda velocidad.

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Por fortuna, nada pasó. Avanzamos tan lento como nos fue posible y finalmente salimos de la neblina y ya con la vista clara, las curvas restantes fueron mera rutina. Pero el viaje se nos quedó grabado, y de tanto en tanto lo recordamos. Yo lo conservo especialmente en la memoria por otra razón:

Me recuerdan muy bien como funcionan nuestras emociones y nuestras reacciones.

Cuando estamos cansados, estresados, con hambre o falta de sueño es como si tuviéramos un velo de niebla en la mente que nos impide reaccionar con tranquilidad ante lo que nos ocurre. El espacio se reduce a un nanosegundo imposible de atrapar.

Es una cuestión sencilla de entender, nuestra mente funciona con la misma energía con la que funciona el cuerpo, si por alguna razón nuestro presupuesto energético no está en óptimas condiciones (algo que sucede cuando no descansamos, no nos alimentamos o dormimos poco), cuerpo y mente padecerán las consecuencias, y cuando la mente y el cuerpo no están en equilibrio, nuestras emociones tampoco lo están.

Marco Aurelio, el emperador romano decía: “Tienes poder sobre tu mente, no sobre eventos externos. Date cuenta de esto, y encontrarás fuerza”, la cuestión es que entre más negligentes seamos con nuestro cuerpo, menos poder tendremos sobre nuestra mente y emociones y sobre ese breve espacio entre estímulo y respuesta. Vivir estresados y con poco descanso es como viajar a toda velocidad por una autopista llena de niebla: las posibilidades de estrellarse aumentan dramáticamente.

“Los libros típicos de autoayuda se centran en tu mente -escribe la Psicóloga Lisa Feldman- Si piensas diferente, dicen, te sentirás diferente. Puedes regular tus emociones si te esfuerzas lo suficiente. Sin embargo, estos libros no le dan mucha importancia a tu cuerpo. […] Tu cuerpo y tu mente están profundamente interconectados. Lo más básico que puedes hacer para dominar tus emociones, de hecho, es mantener [el estado de tu cuerpo] en buena forma.”

La vida está llena de experiencias y de interacciones con millares de personas que se suceden a lo largo de nuestra existencia. Estas interacciones en ocasiones serán agradables y placenteras, pero muchas otras serán tensas y dolorosas, pero tal como Epicteto nos recuerda, no es lo que nos ocurre sino cómo reaccionamos lo que importa, y para reaccionar apropiadamente lo mejor que podemos hacer es extender ese pequeño espacio entre acción y reacción, entre estímulo y respuesta.

No es exagerado decir que una clave para vivir una vida tranquila consiste en aumentar gradualmente ese breve espacio, extenderlo nos dará opciones que ni siquiera sabíamos que estaban ahí: gritamos o guardamos silencio, nos quedamos a discutir o nos marchamos, peleamos o nos replegamos, somos los locos o los sensatos.

Así que así me gustaría terminar la reflexión de la semana, recordándote algo que probablemente ya sabías: Cuerpo y mente están conectados, se influyen mutuamente, como el día y la noche, así que al cuidar tu cuerpo, en automático estás cuidando tu mente, tus emociones y tus reacciones.

Por
José M. Reyes