Imagina que organizaste una fiesta, una gran e increíble fiesta. Todas aquellas personas que te importan están ahí: tu primo favorito que hace mucho no ves, tus mejores amigos del colegio, tus colegas más divertidos del trabajo. Todo aquel que podría hacer de esta fiesta una experiencia increíble, está ahí.

Todo marcha perfecto, cada invitado está teniendo una gran experiencia, divirtiéndose como nunca, tú también estás teniendo una gran noche, la mejor que recuerdas hace tiempo... cuando de pronto, ves como David (la única persona que no querrías jamás en tu fiesta) entra por la puerta.

David es exactamente el tipo de persona que nadie quiere en una fiesta: es grosero, desconsiderado, tiene un humor terrible y cuando bebe de más se vuelve aun más insoportable. Te comienzas a poner nerviosa, las peores escenas pasan por tu cabeza y entonces decides que tendrás un ojo sobre él todo el tiempo, para evitar que tus amigos tengan una mal noche.

Desde donde estás, observas como David bebe un trago tras otro, como toma comida de los platos de los demás, como se acerca a un grupo y a otro y comienza a molestar a todos... ¡Que horrible! piensas.

Así que te armas de valor, tomas a David del brazo y le dices que se tiene que ir, lo llevas hasta la entrada y te aseguras que se haya ido. Ahora ya estás tranquila, regresas a la fiesta y sigues pasándola bien, tomas otro trago y platicas animadamente. Todo va genial, pero de pronto, lo ves de nuevo: ahí está David otra vez, molestando a todos, seguro se coló cuando llegaron otros invitados, piensas.

Esta vez no pierdes tiempo, lo vuelves a echar de la fiesta, pero en esta ocasión quieres asegurarte de que no regrese, así que te quedas a lado de la puerta cuidando que no vuelva. La solución perfecta, piensas, así David no volverá a molestar a nadie y todos tendrán una gran noche.

Pero unos minutos después te das cuenta de algo. Todos la están pasando bien, menos tú. Por supuesto, cuidar que David no regrese a la fiesta es importante, pero eso te impide estar con tus invitados y divertirte con ellos. Obsesionarte con la idea de que David regrese a la fiesta está haciendo que pases un mal rato, mientras todos tienen una gran noche ahí afuera.

Así que después de pensarlo un poco, te das cuenta de que esa fiesta es importante para ti, era algo que habías estado esperando hace mucho y realmente quieres estar con tus amigos. Te lo mereces. Entonces tomas la decisión de regresar a la fiesta y seguir celebrando.

Si David regresa, piensas, eso es lo que tenía que pasar. Todos ahí son adultos y sabrán manejarlo. Así que te unes a tus amigos.

Unos minutos después, David regresa y comienza a ser grosero con los demás, pero ahora hay algo diferente, no lo ignoras, porque sabes que ignorarlo no hará que desaparezca, sólo decides continuar con la fiesta y pasarla bien, entonces comienzas a notar un par de cosas interesantes:

Lo primero que notas es que, de hecho, la estás pasando bien aunque David esté en la fiesta, por supuesto que estarías mejor si David se marchara, pero piensas que al menos no estás atada a la puerta cuidando que no regrese.

Lo segundo que adviertes es que cuando no estás intentando deshacerte de él, David se comporta de manera más tranquila, aun es molesto, grosero y carece de modales, pero de alguna manera te parece que ya no está peleando con todos, sino solo platicando con su humor ácido, un humor que parece ser, otros de tus otros invitados saben apreciar. Tal vez -piensas- haber aceptado que David estará ahí en la fiesta, ha hecho que comiences a advertir en él algunas cualidades que habías ignorado todo este tiempo.

Entonces te relajas, tomas una cerveza y te entregas a la fiesta, esta noche, después de todo, ha sido todo un éxito.

De lo que trata la metáfora, por supuesto, es que todos las emociones, recuerdos y pensamientos que no te gustan son como David, no los quieres, nadie los quiere, de hecho, pero estarán ahí de todos modos, aparecerán en nuestra puerta en los momentos más inesperados. Lo harán sin importar si nosotros los deseamos o no, y de hecho, es más probable que acudan a nosotros si nos obsesionamos con su presencia.

Esta metáfora revela la postura general que tenemos en la vida: creemos erróneamente que si solo los invitados deseados llegaran, la fiesta, la vida, nuestra existencia, sería grandiosa, y que negarnos a dejar entrar a los visitantes indeseables, de alguna manera promoverá la tranquilidad y la paz mental. Pero en la práctica, sucede lo contrario: al empeñarnos demasiado en evitar que una emoción o pensamiento desagradable se una a la fiesta, otras emociones y pensamientos parecidos acuden. Como si David trajera a sus hermanos indeseables con él.

Es mejor disfrutar de la fiesta, de la vida, aun con los invitados desagradables, obsesionarnos con su presencia, correr detrás de ellos para expulsarlos tiene un gran costo: nos impide gozar de todas las cosas increíbles que la vida tiene para ofrecer.

No se tú que opines, yo creo que no vale la pena dejar de celebrar porque un par de invitados no deseados llegaron a la reunión.

Por
José M. Reyes