Hay dos libros que procuro leer cada año, las Meditaciones de Marco Aurelio y el Dhammapada, un libro de sabiduría budista. Lo que encuentro increíble de ellos es que en algunas pocas hojas, se resume una gran cantidad de sabiduría, sabiduría que a cualquiera de nosotros nos podría cambiar la vida. Pero esa es la cuestión, no lo hace.

Y eso, en mi opinión, es algo en lo que vale la pena detenernos un momento: ¿Por qué? ¿Por qué leer libro tras libro de filosofía, desarrollo personal y espiritualidad, no tienen el poder suficiente para cambiar nuestro comportamiento? ¿Por qué escritos con tanta sabiduría no nos hacen mejores personas, más satisfechas y felices?

Esta misma pregunta motivó a dos investigadores a hacer un estudio en el que durante varios años le siguieron la pista a un grupo de profesores de Filosofía Ética para averiguar más acerca de su comportamiento diario.

Los investigadores indagaron en aspectos tan diversos de su conducta, como cuánta basura dejan en una sala de conferencias, cuántos libros no regresan a la biblioteca, cuánto donan a la caridad, con que frecuencia votan en las elecciones y cada cuanto llaman a sus madres. Los resultados no fueron los esperados. Al parecer, un grupo de personas especializadas en comportamiento ético, no tienen una mejor conducta que los demás mortales, como tú y yo.

Así que, ¿qué podemos aprender de todo esto? Lo primero es que no se trata de que la filosofía o cualquier otro sistema de pensamiento no sean útiles. Cada año vuelvo a leer las Meditaciones de Marco Aurelio y el Dhammapada budista no porque ellos cambien mi comportamiento directamente, sino porque son un recordatorio de hacia donde me dirijo. 

A lo largo del día, esta cultura frenética en la que vivimos, nos bombardea con toda clase de información y propicia encuentros con personas con las que a veces no desearíamos interactuar. Y en un santiamén, a pesar de nuestros mejores esfuerzos e intenciones, las cosas pueden resultar terriblemente mal, justo en el espectro opuesto de lo que podríamos considerar un gran día.

Y en esos momentos, podría haber una diferencia enorme si tenemos una filosofía de vida que nos guíe, una especie de estrella del norte que nos indique el camino que hemos de seguir, no para cambiar la situación en la que nos metimos, sino para cambiar la percepción que tenemos de esos eventos.

Pero por supuesto, nada de esto tendrá ningún sentido si solo comprendemos esto de una manera intelectual, si, de hecho, somos de los que creen que leer nos hará mejores seres humanos. Leer, por supuesto, nos hará más educados, podríamos tener mejores conversaciones, deslumbrar a otros con nuestra astucia y sagacidad, pero de ninguna manera nos hará más amables, pacientes y compasivos. Si queremos llegar a ese punto, necesitamos algo más que solo estudiar, necesitamos practicar.

El filósofo estoico Epicteto decía: “No expliques tu filosofía. Encárnala", el autor Mark Manson explica esto de una manera más terrenal:

"Los valores solo existen si se viven. Puedes pensar que valoras tu salud. Pero hasta que no vivas de manera saludable, no lo haces. Puedes pensar que valoras la comunicación honesta y el discurso abierto. Pero hasta que no haya superado las desagradables y difíciles conversaciones que odias escuchar, no lo haces". 

Así que la filosofía (y tener una) en el último de los casos, es una cuestión práctica. No sirve de mucho si solo se reduce a los breves minutos que la estudiamos, no sirve de mucho si los valores que nos importan, no impregnan nuestro día a día. Esto no es una crítica, desde luego, sino un llamado a la humildad, a reconocer que a menudo existe una brecha entre lo que creemos y lo que hacemos,  y que es necesario esforzarnos un poco más para reducir este, en ocasiones aparentemente, insalvable abismo.

Así que, ¿cómo podemos poco a poco, ser más coherentes? ¿como acortamos la distancia entre nuestra filosofía y valores y nuestro comportamiento? En mi opinión, nos encontraríamos en el camino correcto, si comenzáramos a entendernos de manera integral, en lugar de percibirnos como seres fragmentados.

Permíteme elaborar mi punto: cuando pensamos en nosotros mismos, por lo general lo hacemos dividiéndonos en diversas esferas, tenemos la mente, el cuerpo, las emociones y para muchos también el lado espiritual. Vemos estas 4 esferas como fragmentos separados de nuestro ser que se conectan cada tanto.

Pero en realidad y como la experiencia hace evidente, estas 4 esferas son una sola, no son independientes de ninguna manera: las emociones influyen en los pensamientos. Los pensamientos influyen en las emociones. De la misma manera, un cuerpo estresado al que no le damos debido descanso, movimiento y alimentación, es suelo fértil para las emociones oscuras y pensamientos conflictivos. No hay separación en ningún lado, esta es una realidad no solo en las tradiciones espirituales, si no también en la ciencia. Nada en el mundo puede ser sin la existencia de lo demás. El naturalista John Muir decía, que “cuando tratamos de tomar algo individualmente, lo encontramos unido a todo lo demás en el Universo”.

Tenemos esta visión fragmentaria de la vida, en la que percibimos divisiones y fronteras en todos lados, no solo en el mundo externo, sino en nosotros mismos, de modo que cuando abordamos un problema lo hacemos desde el fragmento que intuitivamente creemos es el que corresponde. Así que, cuando decimos, "intentaré ser más paciente con los demás y conmigo mismo" creemos que lo que tenemos que hacer es trabajar con la esfera de la mente, con el autocontrol y la fuerza de voluntad, y al adoptar un enfoque tan parcial de la situación, por lo general, fallamos.

¿Qué pasaría, sin embargo, si al abordar el problema de nuestra conducta y salud emocional decidiéramos adoptar un enfoque unificado? ¿Qué pasaría si decidiéramos trabajar no solo con nuestras facultades mentales, sino también con nuestro cuerpo y con nuestras, a menudo ignoradas, tendencias espirituales? apuesto a que tendríamos mejores resultados, no digo que obtendríamos resultados inmediatos e infalibles, sino que, cuando menos, al principio lograríamos ser un poco más pacientes con los demás y con nosotros mismos. Y después, con el tiempo y perseverando en este nuevo enfoque, de seres integrados, obtendríamos mejores resultados... y parafraseando a Epicteto, seríamos más hábiles al encarnar nuestra filosofía.

El problema de las emociones, del comportamiento, es un problema del ser completo, no solo de un fragmento. Problemas en el cuerpo, son también problemas de la mente y las emociones. Esta es una de las lecciones más importantes que he aprendido en estos años de auto conocerme, que no hay conflictos interiores separados, mi problema de la ira, no es un problema exclusivo de mis emociones, justo como explica John Muir, cuando intento diseccionarlo individualmente, lo encuentro unido a todo lo demás: a mis hábitos mentales, a mi cuerpo, a mi educación e incluso a los dilemas espirituales que cada tanto me asaltan, y por lo tanto, no he de llegar muy lejos si trato de abordarlo como un conflicto exclusivo de las emociones.

Por eso practico meditación todos los días, por eso intento mantenerme físicamente activo a diario, por eso trato de ser más consciente de lo que mi cuerpo necesita, en términos de descanso, sueño y alimentación. Y vaya que siento una diferencia anímica y mental palpable si por algunos días me alejo de mis prácticas. 

Al final, ser una mejor persona contigo mismo y con los demás, requiere de algo más que sentarnos a estudiar filosofía y espiritualidad o de hacer un esfuerzo titánico con la mente para controlarnos, requiere que elijamos una práctica y perseveremos en ella, una práctica como meditar, hacer yoga, correr, terapias convencionales o una combinación de ellas. Requiere, en suma, que sumemos el cuerpo y el espíritu a la batalla.

Por
José M. Reyes