Un día, a un granjero se le escapó su único caballo. La noticia pronto se difundió en el pueblo y sus vecinos se acercaron a compadecerse por la situación. Pero el granjero les respondió: ¿Cómo saben que lo que sucedió es malo? Los vecinos estaban confundidos, "es tu único caballo y tu propiedad mas valiosa, ¿así que cómo eso podría ser bueno?" pensaron.

Unos días después, el caballo regresó acompañado de 12 magníficos caballos salvajes. Así que los vecinos fueron a ver al granjero para felicitarlo, "¡Felicitaciones por tu gran fortuna!" Pero nuevamente, el granjero, les respondió ¿Cómo saben que lo que sucedió es bueno?

Al día siguiente, el hijo del granjero, se cayó de uno de los caballos salvajes al intentar domarlo y se rompió la pierna, así que una vez más los vecinos se acercaron a expresar su pena: "lo siento por tu hijo". Pero el granjero, de nueva cuenta, objetó: ¿Cómo saben que lo que sucedió es malo?

Y, en efecto, a la mañana siguiente, el ejercito se presentó en el pequeño pueblo, para reclutar a jóvenes sanos y fuertes, para ir a la guerra, pero el hijo se salvó por su pierna rota...

Esta historia puede seguir y seguir, pero me parece que el punto central está bastante claro: que los opuestos bueno y malo no existen realmente, que son parte de una unidad, que no hay una situación que sea enteramente positiva o completamente negativa. En cada situación, ambas fuerzas están danzando, expresándose intermitentemente.

Los Taoístas exponen esta dicotomía en uno de los símbolos más conocidos: el Yin y el Yang. Vemos blanco y negro, bien y mal, negativo y positivo, pero no los vemos como entes separados, sino como parte de una unidad, como parte de un todo.

Ying Yang

La traducción literal del Yin Yang, es "Oscuro-brillante" o más poéticamente "Oscuridad luminosa". En el símbolo vemos como la luz y la oscuridad, forman parte de lo mismo, uno se derrite en el otro, de hecho, uno es el contenedor del otro. El yin yang nos dice que nada en el mundo es bueno o malo, que ambas cosas están presentes siempre, y que de hecho, decir "ambas" no es lo adecuado, pues eso implica que hay dos cosas separadas cuando no es así: el yin yang nos recuerda que en el mundo hay unidad y nada más.

Cada situación, no importa cuan grande o pequeña sea, obedece este principio.

La pandemia que enfrentamos, es una buena muestra de lo que hablo: para algunos, el encierro ha sido una completa tragedia, para otros, se ha revelado como una autentica oportunidad de crecimiento, de hacer una pausa y de poner bajo escrutinio el ritmo frenético con el que habían estado viviendo sus vidas.

Algunos se han perdido en medio del encierro y al perderse, encontraron partes de ellos mismos que no sabían que estaban ahí. A otros, les ocurrió lo contrario: recibieron con gran gusto el aislamiento, para después darse cuenta que la soledad, cuando no es voluntaria, no les sienta tan bien...

Haríamos muy bien si como el granjero de la parábola, nos cuestionáramos: ¿Cómo sabemos que esto es bueno o malo? ¿Cómo sabemos en que momento una situación que se nos presenta como devastadora o placentera, va a encaminarse hacia el espectro opuesto de su naturaleza?

En estos últimos meses, he intentado conceptualizar esto de una manera más precisa para aplicarlo a mi vida, a las situaciones que enfrento o he enfrentado, y a mi propia persona (porque está claro que yo también tengo luz y oscuridad, tengo vicios y tengo virtud, en otras palabras, yo también soy un yin yang), y ejemplificarlo con el siguiente dibujo, me ha resultado muy útil:

Imaginemos que cualquier evento que sucede, tiene una carga positiva y una carga negativa. Cuando la experiencia se nos presenta, puede que su carga inicial perceptible sea positiva, esto quiere decir, que "sentiremos" que algo bueno nos sucedió. Creemos que esa situación es buena porque nos hace sentir bien, hace que afloren emociones y sensaciones que nos convencen de que lo que nos está sucediendo es algo bueno.

Pero sobre el tiempo, a medida que los eventos se desarrollan, comenzamos a percibir que esta situación no era completamente positiva, que en su misma esencia estaban ya sembradas las semillas de su opuesto y todo lo que hicimos fue movernos de un lado del espectro al otro.

Y así, advertimos que el trabajo soñado, venía aparejado de estrés, relaciones conflictivas y un jefe miserable; que una relación romántica se torna con facilidad en una secuencia de eventos dolorosos y tristes, y que esas vacaciones largamente planeadas, tienen siempre una dosis de tensión e imprevistos. Incluso el café cargado de la mañana, puede darnos energía y ánimo en un momento y más tarde, provocarnos ansiedad e insomnio.

Lo positivo y lo negativo no existen de manera independiente, ambos son uno, solo sucede que estábamos ubicados en una parte del espectro.

En el 2005, el huracán Katrina devastó Nueva Orleans, la convirtió en añicos, Katrina fue el huracán que más daños ha provocado y es uno de los cinco más mortíferos, de la historia de Estados Unidos.

10 años después, el panorama era muy distinto:

"Tenemos datos que muestran que antes de la tormenta, -informó Barack Obama- la tasa de graduación de las escuelas era del 54%. Hoy, es del 73%. Antes del huracán, la matrícula universitaria era del 37%. Hoy, es casi del 60%. Todavía tenemos un largo camino por recorrer, pero eso es un progreso real. Nueva Orleans está regresando mejor y más fuerte".

Todos tenemos nuestros propios huracanes personales, sucesos que nos golpean y nos dejan derrumbados, que fracturan nuestro mundo en muchos niveles. Pero tiempo después, somos capaces de reconocer que le debemos mucho a esos eventos, que algunos de los fragmentos más nobles, valiosos y virtuosos de nuestra identidad, se forjaron en las tragedias que nos azotaron y en como fuimos capaces de convertirlas en auténticas plataformas de crecimiento. Tal como el monje Budista Thich Nhat Hanh expresó sucintamente en el título de su libro "No mud, no lotus" (Sin fango, no hay loto).

De alguna manera, en el fango ya estaba el loto, y en el loto siempre estará el fango.

¿Pero, por que no somos capaces de advertir esto en nuestra vida diaria o en los eventos que ahora mismo nos ocurren? Porque confiamos en una métrica defectuosa para guiarnos: nuestras emociones. Cuando algo nos hace sentir bien, pensamos que "eso" debe ser algo positivo y cuando nos aflige, creemos que nada bueno obtendremos de ahí. Pero por desgracia, aunque nuestros sentimientos y sensaciones son una gran guía en otros ámbitos, no lo son tanto cuando se trata de intuir el futuro.

El corto plazo es el terreno favorito de las emociones, surgen en nosotros para invocar una respuesta inmediata, no les gusta esperar, nos presionan, tiran de nosotros para que hagamos algo (quedarnos, retirarnos, tener cautela), pero -y esa es una lección difícil de asimilar- que algo nos haga sentir bien, no quiere decir que sea bueno y que algo se sienta desagradable, no quiere decir que sea negativo. Solo quiere decir que estamos experimentando una parte del todo, y que la forma en que percibimos al mundo -a través de nuestros sentidos y emociones- nos imposibilita para advertir la unidad subyacente que existe en toda experiencia.

Y aunque podría ser tentador pensar que esta postura es pesimista (que lo que ahora disfrutas puede ser el origen de un sufrimiento futuro), en realidad, aplicar este principio a mi vida ha resultado bastante liberador:

En cuanto a mi propia personalidad, me ha facilitado el camino para reconocer que esa misma dicotomía (yin yang) que existe en el mundo, es la misma que está en mi interior (y eso me ha llevado a reconocer a un ser más amplio y profundo en mi); y en cuanto a las experiencias que me suceden, ya no pienso que los eventos dolorosos sean enteramente negativos, en cambio, cuando algo me aflige de manera prolongada, me suelo preguntar: ¿qué puedo aprender de esta situación? ¿cómo puedo utilizarla para seguir creciendo? ¿cuánta luz va arrojar sobre mi esta oscuridad? Y aun más importante, he aprendido que la manera más apropiada de vivir es momento a momento: que como tengo una notoria incapacidad para determinar que cariz van a tomar las cosas en el futuro, lo mejor que puedo hacer es apreciar sin prisas lo que me está sucediendo ahora.

Por
José M. Reyes