Hace unas semanas escribí un artículo dedicado al egoísmo, en el que defendí la idea de ser egoísta, siempre que uno fuera un egoísta consciente y no uno egocéntrico. De hecho, expliqué que ser un egoísta consciente no sólo es sano y natural, sino que, es necesario para el crecimiento personal.

La publicación tuvo buena recepción, pero entre los lectores surgió una pregunta más o menos similar: ¿cómo le hago para ponerme en primer lugar? es decir, ¿como puedo ser mi prioridad?

Y es probable que la respuesta que te de sea aburrida y anticuada, pero también resulta que esto, se encuentra en el centro del crecimiento personal, y es la madre, en cierta forma, de esta disciplina: el autoconocimiento.

La lógica es bastante simple: si no nos conocemos a nosotros mismos, ¿cómo podemos saber lo que necesitamos? si no me conozco de una manera profunda, ¿cómo puedo saber lo que necesita mi cuerpo, mi mente, mis emociones?

En realidad, si no nos conocemos, ni siquiera seremos capaces de definir que queremos en la vida y el resultado es que iremos por la vida asimilando como propias las metas que la sociedad nos impone. De hecho, la mayoría de nosotros perseguimos ciegamente los objetivos que la sociedad nos plantea: un salario mensual, un auto, una casa propia, casarse, tener hijos, retirarte a cierta edad, y más. Cuando no buscamos comprendernos, no descubrimos lo que realmente nos interesa y, entonces, se nos hace más fácil adaptarnos y apropiarnos de los objetivos e ideales de la cultura en la que vivimos. Nos apoderamos tan sutilmente de ellos, que acabamos por pensar que surgen de nosotros como resultado de la libertad que tenemos para tomar decisiones.

Es abrumador, pero cierto, el hecho de que la sociedad ya tiene una vida preparada para cada uno, si no tenemos el valor de cuestionar nuestra educación, nuestras metas y la propaganda atroz con la que la cultura nos bombardea. El autoconocimiento es, por lo tanto, el elemento central en el crecimiento personal, en el nivel interno: la mente, el cuerpo, las emociones, la vida espiritual, y en el nivel externo: nuestras pasiones, nuestro propósito de vida, y lo que significa vivir una vida con sentido.

Así que aprender a colocarnos en primer lugar, no por encima de los demás, sino como prioridad para nosotros, requiere de un proceso de autoconocimiento, y el autoconocimiento es ante todo un proceso de aprendizaje, no de acumular datos e información, sino el conocimiento auténtico de quien somos, como funcionamos y la vida que deseamos.

¿Y como es que las personas aprendemos?

En mi experiencia hay 2 formas de hacerlo.

La más común es el aprendizaje a través del dolor: aprendemos a través de los eventos más difíciles que nos toca sortear, como las relaciones fallidas, los accidentes, las enfermedades y en general las grandes catástrofes que nos ocurren a lo largo de nuestra existencia. Es en medio de esas calamidades cuando podemos tener un atisbo de quienes somos y de lo que somos capaces, cualidades que de otra forma no habríamos descubierto, por eso el filósofo Séneca, dijo:

"Te juzgo desafortunado, porque nos has vivido a través del infortunio. Has vivido sin tener un oponente, nadie puedes saber de lo que eres capaz, ni siquiera tú".

Estas no son palabras vacías, es la realidad: un estudio reciente estimó que el 75% de las personas experimentan cuando menos un evento traumático en su vida, pero lo más importante, es que la mayoría de las personas que experimentan trauma, más tarde reportan haberse beneficiado de esos eventos. Esto implica, claro, que hay un grupo de gente que no crece a través del trauma, ¿qué determina la diferencia?

Sus creencias sobre el evento traumático en sí. Los investigadores encontraron que las personas que creen que su experiencia traumática es una oportunidad de crecimiento son las que crecen a partir de ella, mientras que los que creen que esos eventos traumáticos arruinaron su vida son los que se quedan estancados.

De modo que los eventos dolorosos, son una fuente de gran crecimiento para las personas, si así lo desean, y una oportunidad invaluable para el autoconocimiento, por eso el Poeta persa Rumi decía que la herida es el lugar por donde la luz entra.

La otra forma en la que aprendemos es a través de la acción.

Aprender de esta manera, implica una búsqueda activa de conocimiento y experiencias, una sed de crecer, sin que esta sea causada por un evento doloroso.

Esta forma de desarrollo se puede comprender de una manera muy sencilla: imagina que un día cualquiera entras a una librería y decides comprar un título distinto a los que usualmente estás acostumbrada, por ejemplo un libro de espiritualidad o filosofía, y más tarde cuando lo hojeas, descubres que varias de las cosas que ahí lees tienen sentido para ti, encuentras tranquilidad al repasarlo y observas la vida, aunque sea por un momento, desde un ángulo diferente. Ahora, imagina que ese libro te lleva a leer otro parecido y al cabo de un tiempo, gracias a estas lecturas, decides darle una oportunidad a la meditación y unos meses más tarde al yoga e incluso comienzas a cambiar la forma en la que te alimentas y cuidas de tu cuerpo, porque ahora tienes una comprensión diferente de ti y de la vida.

Sería justo decir que un libro te llevó por una espiral de autoconocimiento y al mismo tiempo de crecimiento personal (porque en realidad no puede haber una sin la otra) en la que no sólo cambiaron tus ideas y creencias, sino que también tu cuerpo lo hizo y probablemente, también la calidad de tus relaciones.

En resumen, hay dos maneras fundamentales de conocerse y crecer: una te arrastra por una espiral de dolor, hasta que, para salir de ahí comienzas a crecer y la otra te lleva por un camino de crecimiento progresivo, en la que no se requiere sufrir para avanzar. Dicho de otro modo, creces de manera pasiva o de manera activa, en la primera reaccionas a las calamidades que te suceden y en la segunda, no te quedas a esperar para descubrir que te tiene preparado la vida, sino que decides ponerte en el camino del crecimiento.

Así que, regresando al tema original: cuando queremos ponernos en primer lugar, para mejorar, no hacemos una lista de todas las instancias en las que nos hemos negado el derecho a estar bien, ni le hablamos con reproche a quienes han solapado nuestra auto negligencia y a partir de ahí obtusamente decidimos que de ahora en adelante, "voy yo primero", sino que nos limitamos a elegir una practica que deliberadamente signifique que nos estamos cuidando: empezamos a meditar, a practicar yoga, a hacer ejercicio, asistir a terapia o en general, una que desdibuje nuestros contornos y nos ayude a salir del molde en el que estamos, una práctica claro, que llevemos a cabo en el largo plazo y no solo de vez en cuando, cuando la tristeza y la desesperación nos asalta.

Y si somos capaces de profundizar en esta práctica, a partir de ahí, las cosas surgen con más naturalidad: con una mente y unas emociones más estables, poco a poco serás capaz de observar lo que necesitas para estar bien, para florecer y para construir relaciones más equitativas con los demás.

Por
José M. Reyes