TODO CAMBIA, MENOS ALGO

“¿Quién soy?” Solía preguntarme durante varios años, especialmente en la adolescencia y entrando a los 20, justo cuando cerraba los ojos, intentando dormir.

“¿Quién soy?” Pero no respondía nada, solo se quedaba la pregunta flotando en mi mente.

En aquel tiempo, me parece, tenía la inquietud, pero no los medios para contestar.

¿Te has puesto a pensar en eso? ¿En quién eres? Me refiero a quien eres, en esencia, en tu centro mismo, no en lo superficial.

Una de los aspectos más notorios de nuestra naturaleza, pero que a menudo pasamos por alto, es el cambio. Todo el tiempo estamos en transición, de modo que, en mi opinión, sería dificil -aunque tentador- decir que somos nuestro cuerpo, nuestras memorias o nuestros títulos. No podemos ser eso, porque “eso” que decidimos ser, mañana o en un año será distinto.

Piensa en ti hace 5 años, no eres el mismo de hoy, no tenías los mismos recuerdos, las mismas sensaciones, las mismas preferencias y los mismos pensamientos.

¿Y qué hay del Yo de hace 10 años? Otro cuerpo, otras emociones, otros prejuicios y otras formas de relacionarte con el mundo.

Y si retrocedes al Yo de hace 20 años, la diferencia se hace aun más notoria, no tenías ni la mitad de conocimiento y habilidad que tienes hoy, y tu salud, seguro también era otra. Mejor o peor, pero otra.

Y que hay de ti en tu primer año de vida o incluso antes, cuando estabas en el útero materno. No hay modo de que puedas decir que “ese” eras tú.

El fluir del río es incesante -escribió el monje Kamo Chomei- pero su agua nunca es la misma. Las burbujas que flotan en un remanso de la corriente “ora” se desvanecen, “ora” se forman, pero no por mucho tiempo. Así también en este mundo son los hombres y sus moradas.

Pero en el flujo de cambio que supone la vida, hay algo que se ha mantenido constante, desde el día que naciste -o aun más allá- hasta el día de hoy. Es una forma de consciencia, una sensación básica de ser tú, la certeza de que tú eres tú y no otra persona.

No importa cuan diferente sea tu vida hoy, de la de hace 20, 30 o 40 años, en cada etapa experimentaste la misma sensación fundamental de ser tú.

Hace exactamente 10 años, en tu mente estaban cruzando otros pensamientos y en tu cuerpo otras emociones, estabas también en otro lugar, pero algo permanecía: tenías esa misma sensación de ser tú.

Esta sensación de ser tú, es el fundamento de la consciencia y está en el centro de tu propio ser. Todo podrá cambiar dentro y fuera de ti, menos esa sensación de Yo-idad. Y esa cualidad absoluta, le confiere un carácter sagrado, es lo que nos une con toda la humanidad, y con todos los seres que habitaron la tierra en algún momento y con aquellos que la habitarán. ¿Por qué? Porque todos, sin importar sus circunstancias, han experimentado esa misma sensación de Yo-idad (o lo harán).

Esa sensación de Yo-idad, nos explican los santos y místicos, es la chispa divina que nos une con Dios y es Dios mismo. No nos abandona. Nos acompaña en cada etapa del día. Cuando estás despierto, aún si estás en medio de la vorágine de tu rutina, puedes hacer una pausa y conectar con esa sensación básica de ser tú. Pero aún cuando duermes puedes percibir esta Yo-idad, esa chispa divina.

En ese mundo sutil del sueño, tu cuerpo físico no te acompaña, de hecho las circunstancias del Yo de tus sueños, con frecuencia son enteramente distintas a las de tu mundo físico, pero hay algo que permanece: aún ahí, tienes la misma sensación básica de ser tú. No te levantas con la sensación de haber tenido el sueño de alguien más. Por más inverosímil que fuera tu sueño, aún si soñaste que eras una mariposa o un tigre, tú sabías que eras tú.

Esa consciencia básica, primigenia y pura, es tu verdadera naturaleza y todo lo demás, pensamientos, emociones, sensaciones, cuerpo (ya ni siquiera vale la pena mencionar los títulos y nombres) son un agregado. Una mera distracción de tu Yo verdadero. Nubes en el horizonte. A esa forma fundamental de consciencia se le ha dado múltiples nombres a lo largo de la historia: testigo interior, gran Yo (en oposición al pequeño Yo que es el ego), alma, hijo de Dios, chispa divina, atman, ser transpersonal, Yo profundo.

Todas maneras distintas de recordarnos lo mismo: que debajo de los millares de capas con las que nos identificamos y que creemos ser: nombre, cuerpo, historias, logros, pensamientos, relaciones, conflictos, afectos, creencias y más, está el Yo verdadero, una chispa divina, una forma de consciencia y presencia pura, que existe de igual manera en todos los seres.

Tat tvam asi, dicen los hindúes. «Tú eres Eso. Tu verdadero Ser es idéntico a la Energía fundamental de la cual son manifestación todas las cosas en el universo.» Otra forma de entender esto es que tu verdadera naturaleza es una con Dios, no solo que es idéntica a Dios o que es parte de, sino que esencialmente son una y lo mismo, es decir que tú eres eso (tat vam asi).

Por eso los filósofos de la antigüedad nos insistían: conócete a ti mismo, no superficialmente sino en el mero centro de tu ser, porque al hacerlos conoces a Dios. Por eso los místicos y religiosos nos dicen: Dios está dentro de ti. Por eso se dice que es posible encontrar el cielo en la tierra, porque eso eres tú, justo ahora, debajo de todos los objetos con los que te has identificado.

Así que, ¿quién eres? ¿Quién soy? Tat vam asi: soy “eso”, soy una presencia pura, un «centro de percepción consciente» que surge de Dios y que no importa las vueltas que de o los eones que transcurran, está destinada a regresar al hogar, es decir, a Dios.

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Enviado por
José M. Reyes