¡Hola! bienvenido a una edición más de este newsletter. En cada edición te compartiré 1 emoción poco conocida, 3 frases de pensadores destacados y 1 idea o reflexión personal. Comencemos.UNA EMOCIÓN

BASOREXIA

Esta imagen captó la atención de los titulares de la prensa hace unos años.

Una pareja yace en el suelo besándose mientras a su alrededor el caos abunda. Para millones de personas la foto simboliza como dos personas, cuando se aman, son capaces de abstraerse del mundo que los rodea y entregarse a sus sentimientos, aun si se encuentran en algo parecido a una zona de guerra.

Mucho se ha especulado acerca de que los motivó a besarse en medio del desastre, pero bien podrían haber estado poseídos de una emoción que de alguna manera todos hemos experimentado: Basorexia, la necesidad repentina y a veces incontrolable de besar a alguien.

Basorexia es una emoción intensa y se ha dicho que cuando se apodera de uno, los síntomas que produce van desde experimentar mariposas en el estómago, hasta una intensa ansiedad por tener cerca a esa persona por la que nos sentimos atraídos. En casos extremos, afirman, puede generar un orgasmo.

¿Cuándo fue la última vez que experimentaste basorexia?

TRES FRASES

Acerca del cambio:

De Zenón de Citio, fundador del estoicismo:

“El hombre conquista el mundo al conquistarse a si mismo”

De Buddha:

“Nadie puede salvarnos sino nosotros mismos, nadie puede y nadie debe. Debemos recorrer el camino nosotros mismos”

De Lao Tse, filósofo chino autor del Tao Te Ching:

“Las fallas son oportunidades, si culpas a otros, la culpa no tendrá fin. Por lo tanto, los maestros cumplen con sus obligaciones y corrigen sus propias fallas. Hacen lo que deben hacer y demandan nada de los demás.”

UNA REFLEXIÓN

La mayoría de nosotros tenemos esta imagen de Nelson Mandela impresa en la mente: la de un hombre sonriente, con un hálito de sabiduría y benevolencia.

Lo que no es de dominio muy popular es que antes de convertirse en uno de los personajes más importantes de los derechos humanos, Nelson Mandela, tenía una personalidad iracunda y cargada de resentimiento. Madiba (nombre que se le dio en su clan Xhosa) pasó 27 años en prisión por sus actividades como activista político, y su ira era tan bien conocida que su amigo el Clérigo Desmond Tutu dijo que "él necesitaba ese tiempo en prisión para calmarse".

Madiba, una vez en prisión, comprendió que si no emprendía una reforma personal, su tiempo de encierro podría acabar con él. Más tarde, Mandela informó que durante sus 27 años de encarcelamiento tuvo que practicar un tipo disciplinado de meditación para mantener su personalidad a flote y no caer en la espiral de la ira.

De alguna manera, es como si la vida le hubiera recordado que si quería construir una nación libre, exitosa y digna, primero tendría que hacer un trabajo en él, en su ira y resentimiento. Madiba, sin embargo, estaba determinado a ganar la lucha contra si mismo y la prisión le ofreció numerosas oportunidades para poner a prueba su carácter:

Mandela sabía por los estragos que en él mismo había provocado, que la ira separa y destruye; comprendía, pues, que no podía aspirar a impulsar una nación exitosa cuando dos bandos se mantenían separados por la intriga y el resentimiento. De modo que en prisión se propuso conocer al enemigo y hacer las pases con ellos. Mandela aprendió afrikaans, estudió la cultura y el pensamiento de los opresores y practicó la cooperación formando amistades con sus carceleros. La generosidad y la amabilidad con ellos no estaban justificadas por los hechos que antecedían, pero Madiba comprendía que adoptar esta actitud de manera genuina, era necesario para el progreso de su carácter y el de su nación.

27 años después, cuando Mandela fue liberado, un hecho que fue transmitido por Televisión, mientras dejaba atrás su bloque de celdas, algunas personas creyeron advertir en su rostro una expresión profunda de ira y odio, que luego pareció desvanecerse tan pronto como había llegado. Más adelante, reflexionando sobre este momento, Mandela escribió:

“Cuando salí por la puerta que me llevaría a mi libertad, supe que si no dejaba atrás mi amargura y mi odio, aún estaría en prisión”

La historia de Nelson Mandela me rondó en la cabeza en estos días, luego de ver una serie de titulares, en los que se expresan las esperanzas de que el mundo mejore una vez que la pandemia del Covid-19 llegue a su fin. Muchas personas, optimistas incansables, parecen ver cambios en casi todas las dimensiones posibles: la economía, la crisis climática, nuestros patrones de consumo, la educación, la salud mental y la resiliencia.

Las preguntas que nos planteamos gravitan en torno a si el mundo cambiará, pero pocos se preguntan si serán capaces de cambiar ellos mismos después de que la tormenta amaine. Sin embargo, de entre las enseñanzas que nos han sido heredadas de los grandes pensadores de la humanidad, una de las más universales es la de que no hay posibilidad de cambio afuera si primero no llevamos a cabo reformas en nuestro interior. Como Mandela.

El místico hindú Nisargadatta Maharaj lo expresa de una manera clara:

“No es necesario ni posible cambiar a los demás. Pero si puedes cambiarte a ti mismo, encontrarás que no se necesita ningún otro cambio”

Buddha, dijo lo mismo:

“Nadie puede salvarnos sino nosotros mismos, nadie puede y nadie debe. Debemos recorrer el camino nosotros mismos”

¿Por qué nosotros esperamos cambios de los demás o aun, del mundo como un todo? ¿es más cómodo esperar que nuestro alrededor cambie y nosotros nos veamos arrastrados por la inercia? La pandemia del Covid, sin embargo, ya ha probado que el cambio forzado es difícil, incluso doloroso, y la experiencia nos dicta que una vez que las limitaciones se levanten, podríamos abrazar con desenfreno nuestra renovada “libertad”.

¿Qué hacemos, entonces? ¿el mundo va a cambiar después de esta crisis? Sería más conveniente preguntarnos: ¿importa si cambia? los filósofos estoicos tenían por regla filtrar las situaciones en la que se encontraban para determinar que estaba bajo su control (y enfocarse en ello) y que estaba fuera de su alcance (y apartarse de ese camino). Y por ahí podríamos comenzar nosotros: no importa si el mundo cambia, después de todo, que ello suceda, se encuentra fuera de nuestro dominio, no hay manera de saberlo, no hay manera de controlarlo, en cambio, lo que si está bajo nuestro rango de acción es si nosotros cambiamos o no. Y dada la situación del mundo, esta opción se nos presenta no solo como una mera alternativa, sino como una responsabilidad moral.

Por suerte para nosotros, a diferencia de lo que se nos ha dicho, los cambios internos que necesitamos emprender no son tan radicales. No tenemos que rediseñar nuestra vida completa, es más inteligente comenzar con cambios pequeños, que nos pongan en el camino correcto. Es más manejable y también más realista, de modo que sugiero comprometernos con un sólo cambio, enfocarnos en él y construir a partir de ahí.

Lo mejor es incluir hábitos que nos permitan cambiar nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo. Cambios que nos hagan más tolerantes y comprensivos con los otros. Cambios que nos ayuden a disminuir el apego por el placer que nos provocan las cosas materiales y las experiencias sensoriales. Cambios que nos pongan en contacto con la idea de que una vida sencilla, y en armonía con la naturaleza, es una forma digna y buena de vivir.

Hábitos simples, pero de gran impacto como meditar o practicar yoga, hacer un poco de ejercicio o modificar tus hábitos de consumo de información. Estos 3 simples hábitos han probado impulsar cambios en cascada que terminan influenciando otros aspectos de nuestra vida, que van desde la mejora en nuestras relaciones interpersonales, hasta cuanto dinero ahorramos en un mes.

Al final, el mundo, en su condición actual, parece que no necesita de nosotros más que tolerancia y mesura en nuestras voraces hábitos de consumo... y siendo honestos: ¿es mucho pedir? Yo creo que no, el precio que tenemos que pagar por una mejora significativa ni siquiera es muy alta (esforzarnos por hacer un cambio), en cambio los beneficios que podemos obtener son incalculables, lo son para nosotros y sin ninguna duda, para el mundo.

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Enviado por
José M. Reyes